Qué fácil resulta en la actualidad embanderarse tras los Derechos Humanos en Argentina, casi que parece que quien no se pronuncia al menos cada tanto por las redes sociales, está prácticamente fuera de línea… Pero claramente esto no fue así siempre, el resultado de hoy es el fruto de la tremenda lucha que, lejos de querer emular la frase de Winston Churchill (con quien además no simpatizo, por la historia que encierra su historia), costó sangre, lágrimas y desapariciones a toda una generación en nuestro país.
Entre los miles y miles de casos que se pueden mencionar a modo de ejemplo, un nombre hoy nos estremece el alma, se trata de la monja francesa Ivonne Pierrón, quien falleció este jueves a los 89 años.
Su lucha estuvo arraigada en el alma, arrastrando los ideales de su padre, quien jugó un papel importante dentro de la resistencia francesa ante la invasión de las tropas nazis. Apenas llegada a nuestro país, comenzó su labor siguiendo los principios que la propia religión exige a quienes verdaderamente deciden alzar las banderas cristianas. Y en su periplo, los misioneros la adoptaron como propia al radicarse ella en Pueblo Illia (Cainguás).
La verdadera lucha
Si algo fue difícil en los 70 en Argentina, era ser mujer, pero aún más tener un rol social comprometido y, peor aún, siendo extranjera y representando a parte del sector clerical que luchaba por los Derechos Humanos, mientras que otros -bajo la mesa, o no tanto-, le pasaban la mano a los militares que por las armas ejercían el despotismo en el país.
Seamos aún más claros, no era cuestión de arriesgarse a que un troll le publique un agravio en su cuenta de Face, la militancia territorial, defender con vocación y compromiso a quienes estaban desprotegidos y vulnerables era por entonces poner en riesgo la propia vida, y ese fue el trágico destino que tuvieron sus amigas coterráneas Alice Doumond y Leonie Duquet, monjas francesas que en suelo argentino abrazaron la lucha sin soltarla hasta perder el último hálito, en manos de los militares cuando el país era gobernado de facto por Jorge Rafael Videla.
Pierrón, se salvó de milagro, mientras que sus hermanas de fe fueron secuestradas, torturadas y arrojadas al mar desde un helicóptero. Esta situación, la llevó a exiliarse en su tierra natal por unos años, para volver en la década de los 80, porque como suele suceder en quienes tienen el alma forjada por el amor al prójimo, lejos de abandonar sus ideales, retoman la lid con más fuerza.
No supo callar, tampoco lograron silenciarla…
No quiso parar, ni pudieron frenarla…
Fue la voz de miles, y por sobre todo defensora de la esperanza, lo que ella consideraba como una fuerza vital. Su máxima ambición era que «cada uno sea el mejor desde su propio lugar, para que podamos salvar a nuestro país». Sí, «nuestro», porque ella misma se reconocía como argentina antes que francesa.
Medios de comunicación de todo el país cada tanto reflotan sendos reportajes, y hasta las nuevas tecnologías permiten encontrar fragmentos de su historia a través de notas y entrevistas en Youtube, sin contar los documentales que relatan su entrega como Missionaire, de María Cabrejas, Fernando Nogueira y Gustavo Cataldi, el largometraje Yvonne Guazú de Marina Rubino, o bien la obra teatral Noches Negras de Darío Camacho y Virginia Nascimento.
Sin lugar a dudas, se nos fue una gran mujer, madre de incluso quienes no profesan su misma fe, y como legado nos queda el entender la verdadera lucha, en qué consiste trabajar por los sectores más vulnerables. Que tu alma descanse pero tu voz no calle.
En fin…