En la medianoche del 14 de abril de 1912, el célebre buque chocó contra un iceberg a sólo cuatro días de haber zarpado del puerto inglés de Southampton, a unos 500 kilómetros de la isla canadiense de Terranova. Se hundió a las 2.20 del día siguiente y murieron unas 1.500 personas entre los 2.223 pasajeros y tripulantes.
Casi en la medianoche del 14 de abril de 1912, el célebre transatlántico chocó contra un iceberg a sólo cuatro días de haber zarpado del puerto inglés de Southampton y tras haber pasado por Cherbourg (Francia) y Queenstown (Irlanda) rumbo a Nueva York con 2.223 pasajeros, y se hundió a las 2.20 del día siguiente en las heladas aguas ubicadas a unos 500 kilómetros de la isla canadiense de Terranova.
Un cordobés a bordo
En la catástrofe fallecieron más de 1.500 personas, entre ellas Edgar Andrew, nacido en Río Cuarto (Córdoba), cuya valija fue encontrada en el mar 90 años después con objetos personales bastante bien conservados y que es exhibida en distintos museos juntos con otras piezas halladas a partir de la expedición que localizó los restos del Titanic el 1 de setiembre de 1985.
Descubiertos por una misión secreta de la Armada estadounidense para buscar dos submarinos nucleares hundidos, los restos del célebre transatlántico integran el patrimonio cultural subacuático protegido por Naciones Unidas y, además, desde 2020 están protegidos por un tratado histórico firmado entre el Reino Unido y Estados Unidos para asegurar que el lugar donde se hundió sea preservado y respetado.
En realidad, el joven argentino tenía que partir a Estados Unidos para encontrarse con su hermano una semana después en el Oceanic, pero una huelga de carboneros hizo adelantar los planes y dejó una carta premonitoria a una amiga que no podría recibir a su visita en Inglaterra.
«Figuresé Josey que me embarco en el vapor más grande del mundo, pero no me encuentro nada orgulloso, pues en estos momentos desearía que el Titanic estuviera sumergido en el fondo del océano», dice la misiva reproducida en el museo virtual inaugurado el año pasado en su homenaje.
Además, entre las historias que circulan sobre la tragedia, hay una que indica que Edgar le salvó la vida a la maestra inglesa Edwina Troutt, con la que había compartida la cena aquella noche, al cederle su chaleco salvavidas luego de verla desesperada, un relato no fue comprobado con datos certeros.
Violeta, la bahiense que logró salvarse
Entre los más de 700 sobrevivientes también hubo una argentina, Violeta Constance Jessop, que había nacido en Bahía Blanca y era una de las pocas mujeres que formaban parte de la tripulación. Era camarera en unos de los salones de lujo de primera clase y logró salvarse en uno de los botes en virtud del código de emergencia que reza «las mujeres y niños primero».
En una investigación de la BBC, titulada «Miss Inhundible», se indica que Jessop había sobrevivido al choque del transatlántico Olympic contra un buque de guerra frente a las costas británicas en 1911 y posteriormente al ataque de los alemanes contra el Britannic, en 1916, durante la Primera Guerra Mundial, donde viajaba como enfermera de la Cruz Roja.
Una ciudad de 46.328 toneladas
El Titanic fue diseñado por Bruce Ismay, presidente de la compañía White Star, y lord Perrie, presidente de los astilleros Harland & Wolff de Belfast, junto con los buques Olympic y Gigantic -luego llamado Britannic- para competir con la Cunard Line por la supremacía en los viajes transatlánticos.
También era el barco más majestuoso construido hasta entonces, de alguna manera un símbolo de las desigualdades sociales de principios del siglo XX.
La estratificación social del buque era muy rígida, tal como reflejó James Cameron en su famosa película de 1997, y numerosos estudios sociológicos lo citan como ejemplo. Un boleto en primera clase en aquella época rondaba los 4.350 dólares, lo que traducido a la actualidad serían unos de 125.000 dólares según la estimación de la empresa OceanGate que promociona con ese costo expediciones submarinas al famoso barco.
Los principales millonarios de la época, por supuesto, se habían reservado un lugar en el lujoso barco. La leyenda indica que cuando el Titanic comenzó a hundirse, los músicos de la orquesta se ubicaron en el salón de primera clase para que los pasajeros mantuvieran la calma y no dejaron de tocar desde la cubierta hasta que ya el agua tapó todo.
La última melodía que ejecutaron, según se cree, fue «Nearer My God to Thee» («Más cerca de ti, mi Dios»), pero nadie sobrevivió para corroborarlo.
El naufragio que conmovió al mundo
El martes 16 de abril de 1912 los diarios argentinos La Nación y La Prensa, casi coincidentemente, informaron «Una terrible catástrofe» y «Una gran catástrofe marítima», mientras que los enormes titulares de The New York Times, London Herald y The New York Herald anunciaban «Titanic sinks», dando cuenta de la perplejidad con que el mundo había recibido el hundimiento a pesar de las medidas de seguridad excepcionales que había adoptado el ingeniero Thomas Andrews.
Desde entonces, la leyenda del Titanic no hizo más que ir creciendo con innumerables documentales, libros, obras teatrales, canciones, historietas, referencias en la tira de The Simpsons e indudablemente películas, con el éxito de taquilla dirigida por Cameron y protagonizada por Leonardo Di Caprio y Kate Winslet con la emblemática voz de Celine Dion en la banda de sonido.
La pasión que genera el Titanic llevó a organizar subastas millonarias: en 2018 se puso a la venta una colección de 5.500 artículos con una oferta inicial de 19,5 millones de dólares y el violín del líder de la orquesta se vendió tres años antes en 1,7 millones de dólares, según la cadena CNN.
Un empresario chino, también fanático del barco, invirtió 145 millones de dólares para construir una réplica a tamaño realdel original que será exhibido en un parque temático dedicado al mítico trasatlántico, en la provincia de Sichuan.
Ahora, el nuevo gran desafío de una empresa estadounidense es recuperar el telégrafo inalámbrico que emitió señales de auxilio en la noche del naufragio y que yace a 3.800 metros de profundidad, en la tumba del Titanic.
Fuente: Télam