Día del Olero: la historia que se esconde detrás de cada ladrillo…

Hace muy poco conocí una olería y a quiénes hicieron de esta actividad una verdadera profesión. Con el tiempo logré ver el verdadero sacrificio que hay detrás, gente que deja la piel para que otros puedan llevar a cabo el sueño de la vivienda propia o de concretar un emprendimiento…

Una vida de sacrificio, mucho trabajo, y poca valoración social. Por eso, hoy en el Día del Olero, es más que apropiado dejar en claro algunos conceptos para que como sociedad aprendamos a ver de otra manera lo que hay detrás de cada ladrillo, en especial del ladrillo hueco, que es mucho, pero mucho más que un montón de tierra moldeada y cocida.

Existe el preconcepto de que «la tierra es gratis», seguramente lo sería para un intruso u ocupa, pero lo cierto es que en Misiones la tierra se paga y, en la gran mayoría de los lugares, muy por sobre su verdadero valor (pero ese será un capítulo aparte). Para poder trabajar una olería, se debe comprar tierra, no hace falta decir que se trata de un recurso finito (y que tampoco se utiliza cualquier tipo de tierra, sino eso iría en desmedro de la calidad del ladrillo), para poder adquirirla es necesario contar o alquilar la maquinaria necesaria pala/retropala, camión y el costo de combustible, así como repuestos, etc..

Ahora bien, está la tierra… y luego? Al menos, y entre otros elementos, se requiere de una máquina para el «amasado», moldeado, para luego por cinta transportadora ser llevado al corte, que en algunos casos puede ser mecanizado y otros de manera manual con el tradicional sistema de alambre.

Para dejar secar el adobe se necesita de un galpón y una estructura con varillas, y según la capacidad de producción uno o más hornos para -posteriormente-, «cocer» el adobe, lo cual también requiere un expertise debido a que tiene un punto justo, para que no siga la tierra cruda ni tampoco se extraiga un ladrillo quemado.

Estos hornos son otra inversión por demás costosa, y la gran mayoría de los oleros misioneros que elaboran este tipo de ladrillos tuvieron que hacer modificaciones en los últimos años para adaptarlos a sistemas de chips o pellets de madera, o leña de especies forestales renovables (por lo general eucaliptos), dada la prohibición de utilizar leña de bosques nativos vigente a partir de lo establecido por la Ley XVI 106 de Recursos Dendroenergéticos Renovables, y esto implica a su vez un mayor costo de producción.

Y en este punto me tomo el atrevimiento de hacer otro parate, sólo para preguntar ¿cuántas personas vieron el sacrificio que significa para una empresa familiar quemar un horno con ladrillos? Muchas veces significa noches en vela frente al horno para controlar que todo el proceso se de correctamente, dado que cada tipo de madera tiene un poder calórico diferente, y así extraer el ladrillo en el momento exacto.

Terminado el proceso, los ladrillos deben ser nuevamente apilados, esta vez en palets de madera (que tampoco son gratuitos), y cubiertos por film adherente, esperando algún comprador. Si bien, cuando la cantidad es medianamente poca, la carga se hace manual, por lo general se requiere de un autoelevador (samping), para poder transportar los palets cargados de ladrillos huecos y, en volúmenes más grandes, con esta máquina cargarlos al camión que hará el flete.

Esto que intento ilustrar es un improvisado bosquejo que lejos está de describir todos los elementos, costos y verdadero sacrificio que se esconde detrás de cada ladrillo hueco que vemos en un corralón o una construcción. Pero, como decían antaño, para muestra alcanza un botón.

No hace muchos días atrás, cuando algunos empresarios del sector comentaban la necesidad de incrementar los precios de los ladrillos, me encontré con comentarios en las Redes Sociales del tipo «ahora nunca podré cumplir el sueño de la casa propia», dando la clara pauta de que realmente no sólo no se valora ni dimensiona el trabajo y costo que significa la producción de estos materiales, sino que además es no tener ni la más mínima noción de qué se está hablando.

Sólo para tener alguna referencia, una vivienda promedio de entre 80 a 100 metros cuadrados requiere de, como mucho, aproximadamente entre 1.000 a 1.500 ladrillos huecos (variará según modelo y tamaño del mismo, pero el cálculo lo estimamos en función al estándar de 12 x 18), es decir que en el mayor de los casos el costo total de los ladrillos -y apuntando a uno de buena calidad, dado que también hay diversidad en el mercado-, sigue siendo mucho más barato que adquirir un celular de gama media o un SmartTv de 43 pulgadas, sólo para dar algunos ejemplos.

Sin lugar a dudas, el más llamativo de los casos es el de los smartphones, dado que Argentina es el país de América (sí, leyó bien, Sur, Centro, y Norte América) con más cantidad de celulares por habitante, y se encuentra entre los primeros 20 países del mundo -en 2013 estaba N°17 y en los últimos años escaló posiciones dado que en sólo 3 años el incremento superó el 40%-, siendo que de acuerdo a un estudio reciente de la UCA en el país el 40,8% de la población se encuentra por debajo de la línea de pobreza.

Otro dato para tener en cuenta, un beneficiario del Ingreso Familiar de Emergencia (IFE), si ahorra tres meses el importe de ese fondo que recibe de la Nación puede comprar la totalidad de los ladrillos huecos para construir su casa, pero con ese importe no le alcanza para adquirir un celular de gama media.

Entonces… 

Simple y claro, hace años que el sector quedó completamente desfasado, las aberturas, la grifería, los revestimientos y hasta el cemento terminan siendo más costosos que los ladrillos huecos necesarios para edificar una casa.

En Misiones hay varias familias que intentan sobrevivir con una pyme de ladrillos huecos, dando trabajo y generando valor.

Paulatinamente, el sector se fue viendo cada vez más afectado, la inflación galopante de los últimos años incrementó en sobremanera los costos, mientras que el producto no acompañó con su precio dichos aumentos. Como ejemplo, hace unos años atrás un olero en Misiones calculaba que en promedio necesitaba vender dos ladrillos para comprar un litro de gasoil, actualmente necesita vender cuatro ladrillos y fracción.

Para tener en cuenta, y entender lo anteriormente explicado, de 2011 a 2019 la inflación superó el 305%, la proyección para el año en curso, según fuentes oficiales, sería de más del 40%. El gasoil resulta fundamental, no sólo para el olero, sino para cualquier proceso productivo, y en los últimos cinco años su incremento superó el 350%. No nos olvidamos tampoco de la energía eléctrica, los impuestos, las cargas sociales, etc..

Todo esto sin tener en cuenta los costos de repuestos o reparaciones necesarias. Un repuesto, por ejemplo, de una pala (retro) de hace más de 20 años -para no entrar en maquinarias nuevas o seminuevas, que además se vuelven por demás inaccesibles para el sector-, no bajan de los 130 mil pesos, y si se quiere invertir en una que sea un modelo inferior al año 2.000 se tendría que pensar en 35 a 50 mil dólares (lejos de la existencia real de un dólar oficial, todos los que cotizan en dólares el precio en pesos lo convierten al informal, que al día de hoy está alrededor de 134 pesos).

 

Revalorizar la actividad…

Por eso este 21 de agosto, queremos poder decir Feliz Día del Olero haciendo verdadero honor a esta actividad, para muchos más que una profesión, con respeto pero, por sobre todo, entendiendo que es necesario poner en valor a esta industria, que vuelva a ser digna porque, en definitiva, por algo sigue siendo más confiable invertir en ladrillos que en los bancos.

Hoy, desde Reporte Misiones, constituido en gran parte por una familia de oleros, queremos rendirles homenaje.

Homenajear a quienes vuelven a sus casas con las manos rotas, la piel curtida, los pies dolientes y no pueden aún lograr recibir por su trabajo, por su producción, el precio justo. Sacrificio que queda plasmado por décadas en las paredes de lo que muchos hoy pueden llamar hogar.

Queremos por eso, que todos puedan conocer y entender esta realidad, de la cual muchos opinan pero la gran mayoría ignora. En fin…

 

 

Por: Norman Federico Ullrich