El caracol gigante africano (Achatina fulica), originario del este de África, ha logrado conquistar América, Asia, Oceanía y Europa de la mano del hombre, quien facilitó su rápida dispersión, fundamentalmente para su cría como alimento, pero también a través del traslado involuntario adherido a vehículos y a cajones usados en cosechas, a su uso como carnada, al comercio de plantas en macetas –donde se encuentran los huevos–, y a su tráfico como mascota.
En Argentina, el caracol gigante africano fue registrado por primera vez en el año 2010 en la localidad de Puerto Iguazú.
Esta especie exótica invasora, desplaza y coloniza el hábitat de moluscos nativos, que deben ser preservados para mantener la biodiversidad y la sostenibilidad del ecosistema.
Además del impacto que puede ocasionar sobre la agricultura y la fauna de caracoles nativos, también puede transmitir parásitos perjudiciales para la salud humana y la de otros animales (mascotas o fauna silvestre). Los parásitos están presentes en la baba del caracol y pueden contaminar así frutas y verduras, que en el caso de no ser lavadas correctamente, pueden causar enfermedades a las personas.