En algunas ciudades de Misiones, muchas de las cuales años atrás se destacaban por su tranquilidad y clima familiar, el derecho al descanso es hoy una utopía. Mientras los decibeles nocturnos trepan sin control, las autoridades no solo que no cumplen con la legislación vigente sobre ruidos molestos, sino que hasta promueven estos eventos en zonas residenciales, ignorando -además de las normativas- una verdad científica inapelable: el ruido enferma. Y lo hace en silencio.
La contaminación sonora no es solo una molestia: es una forma de violencia ambiental. Numerosos estudios internacionales han demostrado que las ciudades con mayores niveles de ruido presentan menores índices de desarrollo intelectual, mayor prevalencia de trastornos neurológicos y un deterioro progresivo en la calidad de vida. El ruido crónico afecta la memoria, la atención, el aprendizaje y el sueño. ¿Cómo puede prosperar una sociedad que no duerme?
En este contexto, la Ley “El Sueño es Salud”, impulsada por el ingeniero Carlos Eduardo Rovira y aprobada por la Cámara de Representantes de Misiones, representa un faro en medio del caos acústico. El programa propone capacitar a profesionales de la salud, educar a la población y promover hábitos de higiene del sueño como política pública. Es una iniciativa pionera que reconoce al descanso como un derecho humano y una herramienta de salud colectiva.
Pero mientras esta Ley avanza en el plano institucional, su promoción y validación social sigue siendo un sueño para muchos que abrazaron esta iniciativa de Rovira. Las fiestas en lugares residenciales, en casas particulares o en edificaciones que no tienen las medidas acústicas necesarias para mitigar el impacto sonoro, los eventos sin regulación, los parlantes en la vía pública y la falta de fiscalización municipal convierten cada noche en una batalla por el silencio. ¿Quién protege a las personas con TDA, hiperacusia o misofonía, que sufren el ruido como una agresión directa a su sistema nervioso?
La hiperacusia, por ejemplo, convierte sonidos cotidianos en estímulos insoportables. La misofonía genera reacciones emocionales intensas ante los ruidos, llegando a registrarse casos de suicidio en personas con padecimiento grave de esta afección. Y el TDA, lejos de ser solo una cuestión de atención, se agrava con entornos ruidosos que impiden la concentración y el descanso. Estas condiciones no son caprichos: son diagnósticos clínicos que requieren entornos acústicamente seguros. Hoy, esas personas están desamparadas.
Una ciudad sustentable no se define solo por sus políticas verdes o su reciclaje. También debe controlar sus emisiones sonoras. El ruido es una forma de contaminación ambiental que afecta la salud cardiovascular, el sistema inmunológico y el equilibrio emocional. La Organización Mundial de la Salud lo ha clasificado como uno de los principales factores de riesgo urbano. Sin embargo, en nuestras agendas locales, sigue siendo un tema menor.
Es hora de repensar los espacios para eventos, garantizar zonas de amortiguación acústica, aplicar sanciones efectivas y, sobre todo, reconocer que el descanso no es un lujo: es salud pública. La ley de Rovira marca el camino, pero se requiere de empatía, conciencia, educación y voluntad política de los gobiernos municipales para hacerla cumplir.
Dormir bien no debería ser un privilegio de unos pocos. Es un derecho que exige respeto, regulación y compromiso. Porque el sueño es también salud pública.
- Ley del diputado provincial y estadista, Ing. Carlos Rovira, por la cual se creó el Programa el Sueño es Salud:
https://www.diputadosmisiones.gov.ar/nuevo/archivos/proyectos/P53556.pdf