Los diseñadores del Censo 2022 incluyeron en la categoría sexo una opción artificial representada por una “x”, es decir, sexo indefinido, dejando la estadística a merced de la subjetividad. Un contrasentido.
El sexo es una categoría biológica, que no es “asignada” arbitrariamente. En el cuestionario, no osaron usar el verbo asignar, pero sí apelaron al concepto de “sexo registrado” al nacer, para transmitir artificialidad.
Este sexo biológico puede no coincidir con la orientación sexual, pero no por ello es resultado de una construcción cultural ni de una tiranía legal.
El censo no es ni debe ser una encuesta de opinión, sino un esfuerzo nacional por recabar datos con rigor científico. Es una herramienta estatal estratégica que debería estar a cubierto de la ideología. Cifras confiables para un diagnóstico certero. Para la planificación administrativa y para una toma racional de decisiones.
Pero, a preguntas falseadas, respuestas deformadas. Y por lo tanto inútiles.
“Esta es la primera vez que el Estado pregunta por la identidad de género de cada argentino, de cada argentina, de cada argentine” (sic), decía el Presidente en la noche del 18 de mayo. Y definía esto como “pasos enormes que tienen que ver con la evolución de una sociedad” y con derechos que, según él, antes no se reconocían y hoy sí. Y concluía: “Hoy sabemos a cuántos llegan esos derechos”.
Evidentemente hablaba antes de conocer los resultados.
Las cifras provisionales oficiales del Censo 2022 dicen que la población argentina asciende a algo más de 47 millones 300 mil habitantes que se dividen en “Varones / Masculino: 47,05%” y “Mujeres / Femenino: 52,83%”.
La tercera variante promovida, y en la cual ponían sus esperanzas los lobbistas del género, es decir “ninguno de los anteriores”, el artificio de la “x”, arrojó la cifra de 0,12%.
El que es varón se declaró varón, la que es mujer, mujer, y todo el despliegue y el gasto hecho en esa política de intentar negar la naturaleza dio 0,12 por ciento. Por más que lo intenten, las leyes naturales son inviolables y antes o después eso se manifiesta.
El Censo 2022 se saldó con una estrepitosa derrota del intento de negar la biología: 0,12 fue el ínfimo porcentaje que alcanzó el no binarismo promovido hasta el cansancio por autoridades nacionales y transnacionales y lobbies varios. La desproporción entre la propaganda y sus resultados es patente. Cabe esperar que ahora, los políticos tomen nota de los números y gobiernen para quienes los votaron.
¿Hay mejor prueba de que la llamada perspectiva de género (en realidad, deformación de género) no es una tendencia espontánea, un movimiento surgido de abajo, una reivindicación popular, que logra abrirse camino y atraer la atención de las autoridades? Por el contrario, es un lobby superestructural y supranacional; una tapadera, una distracción y una coartada de gobernantes y legisladores para evadir responsabilidades y postergar a las mayorías.
Autoridades y presuntos especialistas repitieron hasta el cansancio que este censo serviría para definir políticas de Estado. Pues bien, los resultados deberían moverlos a descartar las chantadas públicas las que vienen sometiendo a los argentinos en los últimos años como si el país fuese un laboratorio del transhumanismo: DNI no binario, transición de género libre para menores de edad, sustitución de la educación sexual por la teoría de género en las escuelas o el berretín de usar lenguaje no binario en documentos oficiales…
De nada sirvió: parece que los argentinos, casi por unanimidad, se definen mujeres o varones. No hacía falta un censo para saberlo. Sin embargo, el norte de las últimas administraciones -nacionales y distritales, y de distinto color político- ha sido contentar el capricho de una ultraminoría.
La introducción del nobinarismo tuvo un primer hito en nuestro país con la presentación de un leading case: es el modus operandi habitual. Fue en noviembre de 2018 cuando se introdujo un pedido en el Renaper para la emisión de un DNI sin género. En ese entonces, las áreas de Legales del mismo Registro y del Ministerio del Interior emitieron dictámenes en contrario. La ley argentina de Identidad de Género (26.743), pese a su laxitud, no contempla la posibilidad de obviar el sexo, sí de cambiarlo según la percepción. El otro argumento de los servicios jurídicos fue que el plexo normativo argentino “no permite otro modo de identificación que no sea el binario”.
Pero cuando en junio de 2021 el Ejecutivo autorizó la emisión del DNI no binario, no explicó cómo sortearía las incompatibilidades entre esta decisión y leyes como las de jubilación o la de paridad de género en las candidaturas legislativas, o figuras como el femicidio, entre otros “detalles” que pasó por alto, para contentar a una minoría de minorías.
Ajenos a estas nimiedades, los dirigentes argentinos llevan años difundiendo esta visión artificial e implantada y destinando fondos a las políticas que promueven la “autodestrucción identitaria”, en palabras del filósofo y demógrafo Emmanuel Todd (¿En qué andan ellas? Un bosquejo de la historia de las mujeres, Seuil, 2022) quien ubica entre los años 2000 y 2020, “una dinámica de la erosión de identidades que [lleva] a una perturbación identitaria generalizada, cuya culminación es la confusión y una ideología difusa, nihilista, que trata de abolir la categoría fundamental: la oposición varón-mujer”.
“La sociedad -afirma Todd- propone a los jóvenes de hoy una relación incierta con su identidad sexual”. Pero, contra lo que se quiere imponer, no hay nada menos “construido” que la pareja heterosexual, núcleo básico de las sociedades humanas desde que el hombre apareció sobre la tierra. “La monogamia, la pareja heterosexual, el eje varón mujer, es la estructura dominante estadísticamente en la especie Homo sapiens desde su aparición hace 200, 300 mil años: la familia nuclear es casi tan vieja como la Humanidad”, dice Todd.
Presupuesto con perspectiva de género, plaga de organismos supuestamente destinados a la problemática de la mujer (ministerios, secretarías, direcciones, gabinetes, protocolos, etc.); cupos para todo tipo de identidades sexuales; cursillos de género obligatorios -una retahíla de lugares comunes y deformación histórica-, lenguaje pretendidamente inclusivo, etc… una inversión totalmente desproporcionada de tiempo y de recursos colectivos que configura una tiranía de minorías para ahogar los verdaderos reclamos de la sociedad.
Estas minorías -reales unas, artificiosas otras- son fomentadas al infinito, para desviar la atención y los medios de aquello que el poder no quiere resolver.
Lo que se critica de las organizaciones históricas -sindicatos, partidos, movimientos políticos o sociales-, se acepta, promueve y celebra en estos “colectivos”: el lobby, el sectarismo, la discriminación, las prebendas y los privilegios…
Las mujeres, desde ya, no somos una minoría, pero el fundamentalismo feminista sí lo es, y en sus manos está hoy una política que no las representa ni las beneficia.
Y cuando la minoría ya no cumple su cometido, se empodera en su interior a una minoría más ultra aun. En el interior del feminismo actual, como si no bastara con su extemporánea radicalización, se enseñorean corrientes más extremistas todavía.
Mientras que el movimiento histórico de liberación de la mujer -años 60 y 70- se defendía de la acusación de ser una corriente anti-masculina, hoy las exponentes del feminismo más ultra alardean de heterofobia. Afirman sin sonrojarse que “los heterosexuales le han hecho mucho daño al mundo”; bailan al son de “El violador eres tú”, publican libros titulados Hombres, los odio o afirman, como la autora de Le génie lesbien, que “los hombres matan a las mujeres; sin descanso”.
En el feminismo, una ultraminoría decide que ya no se puede usar la palabra “mujer” porque discrimina a algunos transexuales y pretende imponer la etiqueta “persona menstruante”.
Lidia Falcón, militante antifranquista y veterana del feminismo español, fue llevada a tribunales por estas minorías radicalizadas, por decir que “mujer se nace, no se hace». «Si desaparece la categoría biológica de mujer, ¿para qué sirve el feminismo?-preguntó- ¿Es tan insensato que las mujeres sean mujeres y los hombres, hombres?”
Entre los propios transexuales se impone una minoría que pretende que sea justo competir en una categoría deportiva distinta a la de nacimiento. Pero esa no es la opinión de todos los trans. La transexual británica Debbie Hayton tiene el coraje de denunciar el dogmatismo que lleva a negar la biología: “Jamás seré una mujer, tan solo puedo parecerlo. Soy un hombre biológico que prefiere tener un cuerpo similar al de una mujer”, sostiene. “El sexo es inmutable. Puede que yo haya hecho la transición social, médica y quirúrgica, pero ahora soy tan masculino como el día en que nací”, afirma Hayton. “Como científica (es profesora de física), sé que esto es un hecho”. Géneros hay muchos, “pero sólo hay dos sexos; el sexo es binario”. Y cuestionó a los activistas trans que en el siguiente censo en su país “indicarán el sexo en conformidad con su género”, porque eso privará al Estado y al público “de una información valiosa”…
La mayoría de los argentinos, quedó demostrado, comparte la lógica de Debbie Hayton.
Minorías de minorías, mimadas por el poder y las elites, ensoberbecidas, se creen investidas del derecho a censurar a todo el que no pertenece a su facción. Se alienta así la enemistad social, y se distrae la atención de las verdaderas injusticias y desigualdades.
Detrás de estas minorías, hay filántropos poderosos, de lo contrario no prosperarían. Su acción termina por incidir en los gobiernos, que adoptan, sin mucha reflexión, la agenda transhumanista. Ésta va penetrando estructuras estatales, congresos, universidades y escuelas. La presión llega a la salud: las prioridades se invierten y los recursos se destinan a la contracepción o a la transición de género de menores de edad, antes que a la desnutrición.
El éxito de estas campañas no se explica por su conexión con la gente, como ampliamente lo demostró el Censo, y antes la elección legislativa de 2021 que castigó la género-manía oficial. Su extensión y la ocupación de espacios institucionales, oficiales y mediáticos se explica por el combustible que las mueve y por la declinación de la voluntad de políticos que se pliegan a las presiones evidenciando una desconexión con la gente a la que tanto mentían en sus discursos pero cuya realidad desconocen.
Oficialismo y oposición deberían tomar nota: el berretín feminista, el presupuesto de género, el DNI neutro, la ESI antes que las matemáticas, no le dan rédito al Gobierno ni tapan su inoperancia para enfrentar la crisis. Esa no es la agenda de los argentinos.
Los que viven denunciando las condicionalidades que imponen los organismos internacionales de crédito, ¿se preguntan alguna vez por estas otras imposiciones, más graves si cabe porque son de índole cultural, a las cuales muchos entes supranacionales supeditan sus créditos y subsidios incidiendo en la orientación de las políticas públicas?
FUENTE: Infobae.